En el Perú se discute sobre los problemas de salud pública (anemia, malnutrición); de otro lado, sobre la crisis en la agricultura, sector olvidado; así como también sobre los recurrentes peligros de contaminación en los alimentos. El actor clave para paliar estos problemas, es la agricultura familiar que representa, por lo general, más del 90% de las explotaciones agropecuarias (campesina e indígena).
Ante la crisis sanitaria a causa del patógeno COVID-19, se generó una situación de gran vulnerabilidad. Esto debido a su geografía, donde se ubican las regiones alto andinas y amazónicas, donde la conectividad es limitada y muchas veces bloqueadas por los desastres naturales y/o paro agrarios, representando un riesgo para la cadena de suministro de alimentos. Esto viene ocasionando, disrupción e incrementando la inseguridad alimentaria, actualmente muy intensos, provocando una reducción de la actividad económica y disminuyendo dichos ingresos para los pequeños productores de la Amazonía peruana.
Por lo tanto, se ha elevado la incidencia de pobreza, generando desempleo y bajo acceso a redes de protección social de las personas que viven en áreas rurales, entre niños, adolescentes y jóvenes; indígenas; mujeres. Además, la subnutrición, donde el hambre es la preocupación central, más aún, la incidencia de sobrepeso y obesidad por mala alimentación. Así mismo, el incremento del precio de los alimentos y la reducción de ingresos podrían incentivar el consumo de alimentos más baratos y menos nutritivos, incrementando ambos riesgos de malnutrición.
Las interrupciones en la cadena de suministro de alimentos ha generado la importancia a la inclusión social y la resiliencia de los sistemas alimentarios, mejorar la capacidad de abastecimiento mediante la superación de la deslocalización productiva y el aumento de la producción nacional. Esto permitiría combinar eficiencia y resiliencia, así como contar con mayores niveles de diversificación productiva, redundancia de oferentes, encadenamientos intersectoriales, agregación de valor, bioeconomía, digitalización, la rastreabilidad y la bioseguridad son prioridades.
En ese sentido, los sistemas alimentarios sostenibles en esta época de crisis sanitaria y económica, juegan un papel estratégico para ofrecer accesos constantes, seguro a una variedad de alimentos adecuados, saludables y nutritivos para todos. En especial siga funcionando la agricultura, adoptando nuevos protocolos con medidas de bioseguridad, la reprogramación de siembra y cambios en la elección de rubros productivos. Más aún, articulando a los actores en redes y fomentar el comercio digital y otras opciones de circuitos cortos.
La pandemia, como varias otras crisis sanitarias recientes, se origina en la interfaz entre la alimentación, el medio ambiente y la biodiversidad. Los virus que pasan de animales silvestres a los seres humanos muestran que se han roto equilibrios ecológicos elementales. En ese sentido, la producción sostenible está más vigente que nunca. La pandemia es la expresión de problemas globales, pero existen otros riesgos sistémicos. Para evitarlos y lograr una mayor resiliencia, es necesario desarrollar nuevos modelos productivos, que además de ser inclusivos y eficientes, promuevan una agricultura más sostenible desde el punto de vista ambiental y más resiliente, enfatizando la adopción de prácticas agroecológicas en los sistemas agrícolas en todo el Perú.
Esto contribuirá a un aumento de producción sin comprometer la seguridad alimentaria futura, especialmente bajo la actual pérdida de biodiversidad y los diferentes escenarios del clima que cambia.
(*) Artículo publicado en la Agenda Amazonía 2021. Mes de mayo.